2.2.11

Amar a baby

Amar a baby es dulce pero a veces un poco doloroso. Amar a baby es amar intencionalmente la inocencia que se sabe que no existe. Amar a baby es soñar con la idea de la caída libre a sabiendas de que baby ya ha caído fuerte y duro sobre el piso, y que probablemente lo patearon un par de veces.

Decirle baby es arriesgarse a alejarlo para siempre, porque baby no quiere ser baby pero está condenado, en mi imaginario es baby y no hay más. Porque baby no es como los otros, él va con cuidado y con un poco de miedo. Y quién no gusta de ese miedo cuando ya sólo pasan manos torpes que quieren tocar sin sentir. Baby recuerda las palabras, las miradas y los gestos. Baby entiende sin que le hables y concluye correctamente, más correctamente de lo que él mismo quisiera. Baby no quiere serni baby ni un ángel. Y no lo es. Porque de un segundo a otro baby puede convertirse en un hombre cualquiera y sacar los más temidos ataques de celos. En cosa de horas se desborda una inseguridad para mí ya conocida y temida, y sus alas ya no son tan maravillosas y sus manos se vuelven toscas. Ahora baby es otro más y reclama desde su imaginación, afortunadamente errada, donde odiaba al novio inexistente, o rechaza al ex que ya no existe. Sus puños se aprietan cuando ven otras manos intrusas sobre mis mejillas.

Pero más allá de eso, él es dulce, un tanto fragil y se vuelve dócil otra vez.

Cómo no amar a baby. Baby aun tiene sueños. Y a todos nos sobra realidad.