18.6.08

tentar la suerte y jugar

A veces me dan ganas de tentar la suerte y jugar un poco. Y de repente me acuerdo de por qué no juego a menudo, y la respuesta es fácil: nunca gano. Así, la media L en la frente. Mentira, ni tanto. Igual lo paso bien. Pero el tema es que me aburro pronto si no veo progreso. Ni tan tonta como para dar la hora. Es que necesito entretenme con algo o alguien. A ensoñar cosas taradas, a interesarme.

Pero es un juego idiota que tengo conmigo misma. Si al final sé que me hago un hervidero de sesos en toda la jugarreta, y que por más que estoy segura de que las fantasías fantasías son, puedo llegar a venderme la pomada de que pueden ser realidad.

Yo creo que hay muchas cosas útiles que uno podría hacer en su tiempo libre, o los vacíos inevitables, como andar en micro o metro. Uno podría pensar en proyectos nuevos y proponerse cumplirlos, o al menos a encaminarlos, al llegar a casa. Pero no, la mente necesita escapar a los lugares de la inutilidad pura y ahí soy seca. Me acuerdo que el año pasado cuando volví de Nueva Zelandia fui al sicólogo y le dije que lo único que quería era que mi mente descansara. En ese momento tenía pensamientos brígidos, como la venta del alma por un pasaje en avión, o las probabilidades de que durante el tiempo de la UP yo haya podido ser parte de Patria y Libertad. Había mucha decepción en mi mente en ese tiempo. Que no podía dejar de pensar, y la mujer esta me dijo que claro, eso le pasaba a todo el mundo, pero que de un hombre de repente podría esperarse encontrar una mente vacía. Igual tenía su humor la tipa, aunque yo estoy segura que no es tan difícil encontrar gente que no piensa en nada. Cuando uno piensa mucho y se lo cuestiona todo, la cosa se torna muy difícil, simplemente no caben pensamientos superfluos y eso cansa.

Yo quería una técnica como la de Reese, el hermano de Malcolm (de la serie Malcolm in the Middle), que para no pensar en cosas trascendentes –tema que tenía apabullado a Malcolm—pensaba en el jingle de unas mentitas. Malcolm estaba alucinado con la técnica. Y de verdad se ponía taradito. Bueno, yo trato de hacer lo mismo. Es bueno pensar en idioteces. A veces en idiotas (en mi vida ambas cosas van ligadas). Pero el último es un terreno más complicado porque crece el riesgo de volverse idiota. Entonces ahí, en ese límite, trato de escapar. Por miedo a perder la cabeza, por miedo a que me arranquen el corazón. Por miedo llegar al sinfín de pensamientos duros y dolorosos. Ardua tarea, técnica que se aprende a manejar con los años.

Y aquí estoy nuevamente, como hace más de un año, como una pendeja que se enamora de la idea de estar enamorada de la idea del amor. Agridulce agonía, hostigante inocencia, amargo desengaño. No es masoquismo, es estar vivo. Ya era hora.